jueves, 8 de abril de 2010

Eutanasia o estoicismo

       “Vendrá la noche, la que da la vida y en que la noche al fin el alma olvida, traerá la cura; vendrá la noche que lo cubre todo y espeja al cielo en el luciente lodo que lo depura”.
-Miguel de Unamuno-

       Todos vamos a morir, es un hecho inminente. La muerte es un aspecto de la existencia y por ese motivo debe ser tomado en cuenta por las personas a la hora de hacer su plan de vida. Tradicionalmente el tema de la muerte y el morir son evitados ¿Por qué? Porque la gente tiene la idea de que tal vez sea posible evitarla; he escuchado frecuentemente decir las frases: “Si acaso muero”, “si me llego a morir”, o sea, que se tiene una actitud escéptica ante la muerte. Ella nos aterra porque es la máxima expresión de nuestra vulnerabilidad, pues nos quita todo: los bienes materiales, los seres queridos y finalmente a nosotros mismos, sumergiéndonos en su misterio insondable. De ahí que sea preferible no hablar de ella, de evadirla lo más que se pueda, pero como dice Unamuno: “Vendrá de noche”, a pesar de nuestras evasivas ella aparecerá. Creo que uno de los aspectos por los cuales no aceptamos el hecho de morir es debido a que no tenemos claro lo que es la muerte. La definición que se da por lo común es: El fin de la vida, es decir, que nada existe más allá de este plano físico; con el fin de esta vida se acaban también los placeres y todo lo que daba sentido a la existencia. En otras palabras, la conciencia humana se desvanece con la muerte del cuerpo biológico. Pero lo que mayor miedo causa no es el misterio de si hay o no una vida después de esta, de si existe la trascendencia. Lo que más nos genera incertidumbre es la manera en la que hemos de morir, esa es la verdadera razón del miedo. El no saber bajo que circunstancias estaremos a la hora de encarar a la muerte nos angustia. Todos queremos sufrir lo menos posible; una muerte “deseada” sería estar en nuestra cama rodeado de nuestros seres queridos y sintiendo el menor dolor físico posible. Esta situación es muy rara de darse y más en nuestro tiempo en que proliferan los accidentes, la violencia, las enfermedades crónico-degenerativas y los desastres naturales. Sobre todo en el plano de las enfermedades que se encuentran en una fase terminal la ansiedad por las condiciones de muerte es muy grande. Cuando el dolor físico que provoca una enfermedad es tan fuerte hace mella en la dignidad de la persona: se plantean las dudas de si ¿es necesario pasar por todo ese dolor? ¿Qué fin tiene aguantar esa situación si ya se le ha desahuciado? ¿Por qué no terminar de una vez con el sufrimiento?

       El tema de la eutanasia ha llamado mi atención desde hace algunos años. Fue cuando estuve hospitalizado que me di cuenta en carne propia del dolor humano. En el hospital vi gente morir y a otros luchar por su vida. Aun recuerdo el llanto de una madre que lamentaba la agonía de su hijo. Esto motivó en mí la necesidad de inquirir más acerca de la muerte y del proceso de duelo que implica, por eso estudié un diplomado en tanatología que me ha servido bastante en el plano personal. El ensayo lo abordaré desde una perspectiva propia: haré un ejemplo futuro sobre mí mismo y la actitud que tendría si viviera una enfermedad de fase terminal. Como fui formado en el hinduismo me será preciso dar elementos de esta tradición para exponer mis ideas, así como los conceptos tanatológicos que he aprendido. Cabe aclarar que mi postura ante este tema bioético es de tipo pragmatista y sobre esta línea abordaré el texto.

“He meditado a menudo sobre la muerte, y encuentro que es el menor de todos los males”.
-Francis Bacon-

       Supongamos que después de meses de tratamientos a base de quimioterapia el médico finalmente me dice que mi cáncer ha llegado a una fase terminal y, por lo tanto, me pronostica no más de seis meses de vida. Como es de esperarse mi reacción ante esta noticia es la negación ¿Cómo es posible aceptar que después de tanta lucha no haya más qué hacer? Me indigno y dejo al médico proseguir con su diagnóstico, no hay nada alentador. Lo peor no es el saber que sólo cuento con este tiempo sino que además los síntomas se irán haciendo cada vez más agresivos: mayor dolor en el tórax, dificultad para respirar, tos con esputo teñido de sangre, hemorragias, dificultad para comer y tomar alimentos, frecuencia cardiaca anormal, visión borrosa, dolor de cabeza y dependiendo del lugar donde se localice el tumor es posible presentar dolor y debilidad en brazos así como voz ronca. En estos términos el panorama no es nada confortable. La cirugía está descartada pues el cáncer ha hecho metástasis y se ha encontrado su presencia en riñones y en el pulmón opuesto, así que no tiene caso la extracción de los tumores ya que volverán a aparecer en otro lugar. El médico recomienda la radioterapia más que nada como paliativo debido a que su mayor beneficio, aparte de aminorar el dolor, será darnos un poco más de tiempo.

       El enojo se vuelve el común denominador de mi carácter y mi trato hacia los demás es hiriente. Al salir por la calle cada escena es motivo de frustración: una pareja de novios, un niño que pasea en bicicleta, una señora con su bolsa del mandado, incluso un indigente, todos ellos son motivo de rabia y envidia, porque tienen lo que yo no: tiempo de vida y salud. Así pasan días, semanas y me doy cuenta que el tiempo sigue su marcha y es un lujo que no puedo darme, entonces tomo las cosas de manera un poco más asertiva y hago un pacto conmigo mismo para enfrentar este mal.

       Como la gran mayoría de enfermos encaro la situación y me pongo a disposición de los médicos. Estoy puntual en las citas que se me programan y me son aplicados las terapias y tratamientos prescritos. Pasadas algunas semanas percibo que la enfermedad, a pesar de los esfuerzos, sigue avanzando: siento dolor en mi pecho, tengo mareos y algunas horas del día siento dolor de cabeza. Pero aun así soy independiente, puedo andar de aquí para allá sin tener la necesidad de alguien que me ayude en mis asuntos. Claro, me preocupa que estos síntomas se hagan más fuertes hasta tenga que verme en la situación de pedir ayuda.

       Pasan semanas y mi tos se ha vuelto muy fuerte, a veces presento sangrado, las personas que están junto a mí se impresionan, pero yo les digo que es normal, que es un efecto del tratamiento y de los medicamentos. Mas en su rostro veo que no lo creen, hay algo en su mirada que me da miedo y es que, prácticamente, me están dando por muerto: eso es lo que más pesa, la falta de apoyo, la negatividad e incredulidad de que puedo salir adelante. Pasan más días y ahora sí tendré que pedirle al médico que me recete algo para el dolor de mi pecho, ya no lo puedo soportar. El doctor me receta un corticosteroide al mismo tiempo que me limita los alimentos que puedo comer, debido a que en mis estudios aparece que presento insuficiencia renal. Cada vez me siento más infeliz porque se me están prohibiendo todas aquellas cosas que me gustaban y aparte comienzo a sentir que me cuesta trabajo andar por la calle, subir escaleras o ir al mercado y cargar el mandado. La idea de tener que depender de alguien o de estar atado a una silla de ruedas me produce aflicción, a veces lloro en las noches cuando todos en la casa duermen ya que no me gusta que me vean así. También hago oración ante el altar que tengo en mi casa y pido por estar mejor si no, de menos, pasar el menor dolor posible y que sea rápido, no quisiera prolongar esto mucho tiempo… Pero aun en medio de esto las visitas de los amigos y la familia siempre me levantan la moral, sí.

       Llegó el momento que tanto temía y ya no me es posible valerme por mí mismo: no puedo caminar más de unos metros sin sentirme fatigado, mi respiración es cada vez más difícil y el dolor en mi pecho es más fuerte, tendré que pedir una dosis mayor al médico. Afortunadamente uno de mis mejores amigos se ofreció a ayudarme durante un par de horas al día y es así como he asistido a la consulta con mi doctor. Éste al ver mi condición me aconseja internarme en el hospital, pero yo le digo rotundamente que no. Me dice que en el hospital estaré mejor atendido, pues el lugar está adecuado para ofrecer los cuidados que necesito. Le prometí pensarlo y darle mi respuesta en la próxima cita en una semana.

       Al querer ponerme los zapatos me cuesta trabajo, me hinché debido a que estoy acumulando líquidos: mis riñones han dejado de funcionar. Mi familia me lleva al hospital y me internan en el área de cuidados paliativos donde convivo con otras personas, por lo menos ahora ya no me siento tan solo en medio de mi infortunio. No sé por qué, pero desde que llegué al hospital en vez de sentirme bien me siento cada vez peor: el dolor de mi pecho se vuelto insoportable, tanto que, han tenido que inyectarme dosis de morfina para poder dormir tranquilo, cada vez que toso lo hago acompañado de sangrado y siento que mi cabeza va a estallar. Aparte este lugar es un infierno: todo el día se escuchan los gritos de enfermos de otras salas, algunos llaman a sus madres, otros piden que los maten con tal de acabar con el dolor.

       Ahora ya no dependo de un solo doctor sino de varios, ellos toman las decisiones de lo que hay que hacer y antes que consultarme consultan a mi familia ¿creen que porque casi siempre estoy sedado no puedo opinar sobre mi propia vida? Escuché entre sueños que iban a hacerme diálisis, pero no hubo un acuerdo entre ellos, pues uno dijo que no tenía ya ningún caso, entonces ¿Ha llegado el final? ¿Qué van a hacer? ¿Me mantendrán vivo hasta que el dolor me mate?

       Llega una mañana en la que el dolor es benévolo y le digo a uno de los médicos que no me inyecte, por lo menos esta vez, a lo cual acepta. Así paso esa mañana mirando la ciudad desde la ventana de mi cuarto en el hospital. Medito sobre el fin de mi enfermedad, de mi vida pues, cuando llega a visitarme un bráhmana de mi comunidad . Sentí que su visita aclararía mi decisión: no sufrir de manera innecesaria. Me pregunta sobre mi salud lo cual es evidente y saca un ejemplar del Bhagavad-Gita . Me recita el verso 2.14 que habla sobre la adversidad y como uno debe tolerarla sin perturbarse -hay que tolerar la miseria del cuerpo material- dice, yo pregunto: ¿Hasta qué punto? Hasta el final, responde. Vuelvo a preguntar: ¿De qué sirve prolongar esta situación si no hay cura? Y responde: es el karma que tienes que pagar, si lo evades generas más karma y tu próxima vida será con mayores miserias. Le pregunto: ¿Usted diría lo mismo si estuviera en mi situación? ¡Claro! ¿No recuerdas el ejemplo que nos dio nuestro Gurú en sus últimos días? Respondió. Sí, contesto, pero yo no soy un gurú: no tengo discípulos ni he hecho votos de austeridad ¿Qué tiene de malo el desear no sufrir más? Es que ni siquiera somos dueños de nuestro cuerpo –responde- la vida nos la da el Señor y debemos vivirla todo el tiempo posible. Además –prosigue- recuerda practicamos ahimsa y eso incluye no violentar el propio cuerpo. A lo que respondo: ¿No dice el ahimsa que no hay que dejar que los demás sufran de manera innecesaria? Sí, responde. Y continuo: Entonces si yo dejo que los demás sufran ¿No estoy siendo violento de cierta manera puesto que esa pasividad permite que el otro sufra? Sí, volvió a responder. Entonces –prosigo- Si eso se aplica a los demás ¿Por qué no uso esa misma razón y termino con mi propio dolor? ¡No, eso no es así! Eso se aplica sólo para los demás –responde- Uno tiene que aguantar hasta el final… Me quedo callado y entiendo su posición, por lo mismo cambio de tema y un momento después se va. Esta discusión me pone a reflexionar todo este día en el que el dolor me da un descanso.

       Al día siguiente el dolor aparece con mayor fuerza que antes, cada vez que toso expectoro sangre y me he hinchado mucho, tanto que me tuvieron que cambiar la bata debido a los líquidos que he retenido en mi cuerpo. Ya no puedo más y mando llamar al doctor; cuando llega le pregunto si puede hacerme un favor a lo cual responde que sí, le dije: Por favor, no me deje sufrir más tiempo. ¿Qué es lo que quieres que haga? –Pregunta- a lo cual respondo: Que si ya hemos hecho todo lo posible por curarme o por tener una calidad de vida aceptable y nada hemos logrado, entonces inyécteme algo para dormir y no volver a despertar… ¡Qué! ¡Yo no puedo hacer eso! La eutanasia es un delito, yo no voy a matarte –responde- entonces cúreme –le dije- y se queda callado… Te voy a dar una dosis más alta de morfina para que no tengas dolor –dice- ¡No quiero vivir drogado en la cama de un hospital! –Le digo- ¿Eso es vida? No, no lo es –responde- Lo que puedo hacer con el consentimiento de tu familia es bajar gradualmente la medicación para acelerar tu enfermedad. Y le respondo: ¿Entonces quiere hacerme sufrir todavía más? Apenas soporto este dolor como para que encima de esto usted me quiera dejar en una situación todavía más miserable, aun se trate de unos días, eso no lo puedo aceptar. Él dice: es todo lo que puedo hacer; y se va. Al otro día me entrega un documento que habla sobre la eutanasia, con ello el médico trata de persuadirme para abandonar la idea. El documento esta redactado por el grupo PROVIDA que está ligado a la iglesia católica. Me encuentro con diez puntos en contra de la legalización de la eutanasia, de los cuales me llaman la atención el número cinco que dice: “La eutanasia no es solicitada por personas libres, sino casi siempre por personas deprimidas, mental o emocionalmente trastornadas”. Me pregunto: ¿La persona que redactó esos postulados habrá estado en una situación como esta para calificarnos de esa manera? La numero seis dice: “La eutanasia no es un derecho humano, no está recogido en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, por ejemplo”. Y yo les digo que si es por tema del derecho primero aboguen por que las personas tengan educación, trabajo, alimentación y servicios de salud que es lo primero que se estipuló en la constitución y que además son derechos humanos. El punto nueve es el que me parece más ridículo, pues dice: “La eutanasia tenderá a eliminar a los más pobres y débiles”. Y ¿Qué no sucede eso ya desde hace muchos años con el sistema capitalista? ¿Qué no es culpable este sistema de que el rico explote al pobre haciéndose cada vez más rico el rico y el pobre más pobre? Y muchos de esos ricos ¿No son los que forman grupos como PROVIDA? ¿Entonces de qué moral estamos hablando? Ese documento me hizo reír por su ingenuidad y rabiar por su falta de conocimiento de causa, así pasé el día.

       A la siguiente mañana en medio de un dolor atroz hablo con mis familiares y les digo que definitivamente voy a dejar el hospital y me regreso a casa, aunque sienten que no es lo mejor me apoyan y se lo digo al médico. Al principio no está de acuerdo, pero le indico que eso se menciona en los derechos del enfermo: “Todo enfermo tiene derecho de abandonar el hospital en cualquier momento”. A lo cual acepta, sólo me indica que tengo que firmar unos documentos antes de salir.

       Ya instalado de vuelta en la casa los amigos y la familia me reconfortan, pasan días en los que me siento bien. Cuando los dolores vuelven también lo hace la medicación y me la paso drogado en la cama de mi cuarto, pero a pesar de ello es un alivio estar en casa. Al paso de los días se hace evidente el cambio de condiciones entre el hospital y mi casa: no soporto los dolores y sangro mucho, lo que más me duele es ver lo difícil que es esto para mi familia. Pasan los días y los dolores son más fuertes y cada vez me cuesta más trabajo respirar: Ahora debo estar conectado a un tanque de oxigeno. En medio de esto me entero del caso del maestro Jaime Torres Bodet y su final… Con lo cual reafirmo mi decisión.

       Llega un día en el que todos por distintos motivos han salido, me han dejado solo y muy drogado. Veo que es el momento oportuno y, en medio de mi delirio, busco el arma que mi padre guardaba siempre en su cuarto. No busco demasiado cuando la encuentro en medio de un cajón… Lo que me pesa es la forma en que me iré… Si se dieran las condiciones para que todos tengamos una buena muerte, con dignidad y en el marco de una legalidad que promueva la compasión y no la imposición de una moral ajena, las cosas serían otras.

       Si existe Dios no creo que me condene a otro infierno o a un karma todavía más severo que este ¿Qué no se dice que Dios es amor? ¿De qué le sirve a Él el hecho de que yo esté agonizando por más tiempo? ¿Se ofende por lo que suceda en nuestra esfera humana? ¿No será más bien cuestión de nosotros los hombres y después nosotros se la atribuimos a la divinidad?

       Aunque soy de la corriente hinduista y creo en la posibilidad de nuevos renacimiento, pienso que esta vida es única, pero es mía. Quisiera tener varias de ellas para darles gusto a mi familia, a mis autoridades religiosas, a mi médico y a la gente que opina que la eutanasia no es una salida digna. Mas como solo tengo una la voy a vivir de acuerdo a mi conciencia.

       Es de tarde y el sol se va a poner, no quiero ver otra vez la luna con este dolor…

Bibliografía:

Kübler-Ross, Elisabeth. Sobre la Muerte y los Moribundos.

Tolstoi, León. La Muerte de Iván Ilich.

Frankl, Viktor. El Hombre en Busca de Sentido.

Prabhupada, Bhaktivedanta Swami. El Bhagavad-Gita tal como es.

Rimpoché, Sogyal. El libro tibetano de la vida y la muerte.

Chopra, Deepak. Conocer a Dios.

Behar, Daniel. Un buen Morir.

Notas del diplomado en tanatología del Instituto Mexicano de Tanatología A.C.

Notas de la materia de ética de la carrera de filosofía, CUCSH, UDG.

Notas personales de mi formación en el hinduismo, Vaishnavismo Gaudiya.

Publicado por Sita-Ram en 11:30 0 comentarios

No hay comentarios: