domingo, 20 de junio de 2010

Sobre la Utopía de Tomás Moro

La voracidad de las ovejas

Tomás Moro, Pedro Gilles y Rafael Hitloideo se encuentran charlando en Amberes; Moro pone en boca de Rafael una crítica a su rey Enrique VIII: “Tú sabes muy bien que un príncipe es como un manantial perenne del que brotan los bienes y los males del pueblo”. “La mayoría de los príncipes piensan y se ocupan más de los asuntos militares, de los que nada sé ni quiero saber, que del buen gobierno de la paz”. De pronto la crítica toma otro rumbo, pues Rafael comienza a cuestionar la política inglesa del sistema judicial. El robo era castigado con la muerte a lo cual Rafael no está de acuerdo, porque algunos de los que cometían el delito eran cortesanos de algún noble (Conde, duque, marqués, etc.) o veteranos de guerra que habían quedado mutilados de sus cuerpos resultándoles imposible trabajar. Los cortesanos, a la muerte o a la enfermedad del noble, eran despedidos por los nuevos señores dejándolos sin posibilidades de obtener sustento. Para un cortesano sin corte el ganarse la vida no era algo sencillo, pues no sabían trabajar la tierra y poco podían hacer si se ponían a las órdenes de campesinos o de la clase trabajadora. Por lo general la gente de la corte, al igual que los veteranos de guerra, sabía el manejo de las armas y al tener necesidad de comida y vestido ellas eran la forma más rápida de cubrir esas necesidades. Rafael critica al estado, pues según su opinión el estado sabe de la problemática de estas personas y no hace nada para remediar la situación: “Imitáis a los malos pedagogos: prefieren azotar a educar”.

Pero la causa del robo que mayormente llama la atención de Rafael son las ovejas: “Tan mansas y tan acostumbradas a alimentarse con sobriedad, son ahora, según dicen, tan voraces y asilvestradas que devoran hasta a los mismos hombres, devastando campos y asolando casas y aldeas”. Resulta que la principal causa del desempleo era el cambio del uso de la tierra. Anteriormente la tierra se cultivaba para el consumo y si había excedentes estos se comercializaban. Para cultivar la tierra era necesaria mucha fuerza de trabajo que la proporcionaban los yeoman (trabajadores calificados, jornaleros). Mas el mercado se inclinó hacia la producción de lana; ya no era importante sembrar los campos, ahora se necesitaba de grandes extensiones de tierra para que los rebaños de ovejas pudieran pastar. Donde anteriormente se requería de muchas personas ya resultaba suficiente el trabajo de un solo pastor que se hiciera cargo del rebaño. Por esta razón los campesinos fueron condenados al desempleo y, por ende, al hambre. Pero ¿Qué pasaba con aquellos campesinos que eran dueños de sus tierras? Rafael dice que los gentry (Caballeros del campo), en su afán de apoderarse de tierras, acosaban con ofertas de compra (regularmente por una bicoca) y si el campesino se negaba a vender el gentry “aislaba” la propiedad cercando todo el perímetro. En casos más extremos el campesino salía huyendo debido al acoso o a las agresiones que el gentry le hacía con tal de adueñarse del terreno.

El campesino que había sido despojado de su tierra o que se quedaba sin empleo emigraba a las ciudades, porque en el campo ya no había nada que hacer; por eso es que los víveres subieron de precio, haciéndolos todavía más inaccesibles a quienes tenían mayor necesidad de ellos. En la ciudad debían vender lo poco que les quedaba con tal de comer. Y cuando ya no tenían que vender sólo le quedan dos opciones: pedir limosna o robar. Yo pienso que en el caso de las mujeres tenían una tercera opción: la prostitución. Aunque no se menciona explícitamente en La Utopía el rey es un personaje altamente cuestionado: ¿Qué hace ante esta situación? ¿Por qué prefiere castigar a educar? ¿Por qué permitió que en beneficio de unos cuantos se perjudicara a muchos? Es muy conocido el carácter sanguinario de Enrique VIII, el mismo autor, Tomás Moro, fue víctima de su actitud despiadada.

Más adelante Rafael exhorta a los ingleses a volver a cultivar la tierra y a dejar la ociosidad, de nada sirve poner castigos más severos si las personas no tienen más opción que el crimen. Esto me hace reflexionar, inevitablemente, en la situación de nuestro país: la guerra contra el crimen organizado. Pienso que a muchos mexicanos les parece atractivo ganar miles de pesos en un par de días dedicados al narcotráfico, secuestro, robo de autos, etc. La oferta laboral es muy limitada y aparte es mal remunerada. Por otra parte los delincuentes se están volviendo en personajes respetados, por ejemplo, “el Chapo Guzmán” apareció en la revista Forbes como una de las personas más ricas del mundo. Entonces, de cierta manera, estamos en la situación que describe Rafael: no hay trabajo ni estudio para todos, es decir, la sociedad se encuentra ociosa, pero no es un ocio a consecuencia de haber cubierto las necesidades de la vida (Aristóteles lo menciona como una condición para hacer filosofía), sino que se trata de un ocio que aletarga el cumplimiento de cubrir las necesidades básicas. Los políticos debaten si hay que poner penas más severas a los delincuentes, si hay que subir los impuestos o si hay que celebrar con pompa y platillo el “Bicentenario”; creo que el que va a cometer un delito lo hará sin importarle los años que le den en la cárcel, por eso no creo que la solución sea poner penas más altas, ni siquiera la pena de muerte, porque ella no es capaz de persuadir a los delincuentes: si así fuera no habría delitos en los países en los que la pena capital se lleva a cabo.

Las ovejas de nuestro tiempo son, a mi parecer, los capitales. El dinero es lo que mueve a la industria y al comercio (el campo de nuestro tiempo) en cierta dirección y al no haber el suficiente no hay ocupación para todos, sólo los “pastores” tienen la oportunidad de trabajar. El mercado ofrece “lana” (productos básicos) a precios muy altos y los que están desempleados tienen que vender sus pocas pertenencias para salir adelante un día más. En medio de todo este panorama nuestro “Enrique VIII” (el presidente) nos llama a través de su costoso sistema de enajenación en los medios masivos a “celebrar” nuestros 200 años de “libertad”.

En otro mundo un país como el nuestro sería una utopía, lo más extraño es que, como lo vemos a cada momento, no tiene nada de utópico.

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